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martes, 6 de julio de 2010

Nueve días en China (1ª parte)


Hace apenas unas semanas me surgió la oportunidad de conocer China, y no me lo pensé. Dejando a un lado los prejuicios y las paranoyas aéreas me embarqué en una aventura de las que cuestan olvidar con el paso del tiempo. La odisea del viaje de ida apenas se notó embriagado por la ilusión de conocer a ese gigante asiático que tanto prometía en las críticas de los expertos.
La llegada no defraudó. Beijing es una ciudad diferente. Las pasadas olimpiadas han dejado un reguero de vida occidental de la que se ha apropiado una población que supera los veinte millones de habitantes. Aquello es una locura. Ni siquiera el control de natalidad puede frenar el crecimiento brutal de una población emergente en muchos aspectos...
Beijing aporta innovación, y ese plus de concienciación ciudadana de orden, superación y trabajo. Esas fieles características que quieren definir a una nación que aún no es consciente de su infinito potencial. Los contrastes son fiel reflejo de la doble política que ejerce el país. La que vemos todos, de cara a la galería, y la que sufren ellos.
Aún así, como destino turístico, han aprendido a venderse como nadie. Recursos culturales poseen como pocos y su explotación es digna de manual. A pesar de todo, es inevitable pensar, mientras observas maravillado cada palacio de la ciudad prohibida o cada jardín imperial, que los chinos no hacen más que huir de lo que un día fueron para escudarse en un comunismo disfrazado del que solo unos pocos pueden disfrutar y otros muchos deben sufrir, eso sí, en el silencio que aporta vivir lejos de la civilización, hogar de algo más del 80% de la población.
Hasta aquí el análisis más político...en la próxima prometo centrarme en lo cultural...

1 comentario:

Ana Blázquez dijo...

En poco más de un mes estaré ahí, leeré las otras partes, saludos!